La Dehesa del Camarate, entre sotanas y espadas
Llegamos a la entrada de la Dehesa del Camarate tras atravesar el altiplano de Guadix, pasando por Purullena y El Marchal, sorprendidos por el contraste ente el aspecto árido de estos relieves surcados por la erosión y la frondosidad de los bosques.
Bien caminando por la pista forestal de tierra o siguiendo los senderos señalizados que discurren junto a las acequias, entramos en la Dehesa del Camarate a través de una cancela que volvemos a cerrar para que no se salga el ganado ya que se trata de una finca privada dedicada a la cría de vacas y ovejas.
Los colores son el motivo de nuestra llegada, hemos viajado y caminado para disfrutar de este espectáculo. El telón de fondo de cumbres nevadas hace que aún contrasten más los dorados, ocres, rojos y morados sobre la base del verde.
A lo largo del camino descubrimos la razón del estallido de color: diferentes árboles y arbustos caducifolios se están transformando antes de perder la hoja. Sus pigmentos se degradan, el verde dominante se pierde y las hojas adquieren tonos totalmente diferentes. Ciertos claros en el bosque dejan ver los prados de un verde más claro y, a medida que avanza el otoño, el suelo de los caminos y del bosque se cubre de una alfombra igualmente multicolor. Rodeando a los árboles de hoja caduca, se extiende el encinar, hacia Jérez y hacia Lugros hasta donde alcanza la vista.
Observando estos paisajes, sorprendidos por su belleza y singularidad, surge la pregunta ¿cómo es posible que estos bosques no hayan desaparecido o se hayan degradado, como tantos otros? La historia del territorio y su propiedad tienen la clave.
En 1494, los Reyes Católicos adjudican “las dehesas de la sierra Çolera” a los monjes Jerónimos, como parte de su dote para la instalación de la Orden en Granada, dehesas antes pertenecientes a las “reinas moras” de la corona nazarí.
Pero al tomar posesión de sus pastos, los monjes comprueban que las dehesas de Sierra Nevada ya habían sido ocupadas, sin título alguno, por el Conde de Tendilla, alcaide de la Alhambra y gran ganadero.
Ante la usurpación del poderoso magnate se hizo necesaria la iniciación de negociaciones entre él y la orden Jerónima.
Disputas y pleitos no cesaron ni con la intervención de los Reyes, entre otras cosas, porque en las dehesas de la «sierra çolera» no existía deslinde y era difícil saber cuándo los ganados estaban en tierra de unos u otros. El deslinde de las Dehesas de Sierra Nevada se realiza en 1504 y, finalmente en 1521, se adjudican al Monasterio de San Jerónimo las Dehesas de El Alfaguara y Camarate, entre otras. No obstante, monjes y nobles siguieron de pleitos años y años.
Poco he encontrado de la historia de la Dehesa Camarate en los siguientes siglos, hasta tiempos del botánico Simón de Rojas Clemente, quien escribe que el Rey Fernando VII en 1804 la había tomado para la cría de sus propios caballos. Quizás de esta época, o incluso de la musulmana, provenga el nombre de “cañada de los Potros” denominación del camino que conduce a la finca.
Tras la desamortización o subasta de los bienes de la iglesia, la Dehesa pasa a terratenientes privados. Durante el siglo XX y hasta nuestros días ha seguido dedicada a ganadería y coto de caza. Una de las dos familias que poseían estas tierras decidieron vender su parte de Dehesa en el momento en que se produjo la declaración de Parque Natural de Sierra Nevada. Esta parte fue adquirida por el ministerio de medio ambiente y, tras producirse el traspaso de competencias a Andalucía, también la titularidad de la parte pública de la Dehesa pasó a la administración autonómica.
Siempre en manos de nobles y grandes terratenientes, para la cría de sus ganados, su propio esparcimiento o dar rienda suelta a sus caballerías, la Dehesa se preservó sin necesidad de roturar o cultivar.
Somos afortunados de poder visitar este espectáculo, de pasar un día en el bosque encantado.
Siempre hay una mirada última, para llevarnos grabada en la retina esa imagen. También un vistazo final para asegurarnos de que no dejamos rastro de nuestro paso, nadie deberá saber que estuvimos aquí, el paisaje seguirá limpio e intacto, como desde hace siglos.