Árboles y frutos de otoño: la higuera y el higo
¡Qué gordos y qué dulces dulces!
pregonaban los vendedores callejeros con los cestos llenos de higos al final del verano. Un recuerdo sonoro que no se ha borrado de mi memoria al pasar de los tiempos. Aún estábamos de vacaciones y aprovechábamos los últimos días del verano, cuando ya refresca a la tarde, para pasear por las atarjeas y degustar a manos llenas los dulces higos.
Cuando pensamos en árboles y frutos de otoño siempre imaginamos hojas teñidas de rojo y amarillo, acompañado de un suelo forrado de hojarasca multicolor. Sin embargo, en el ambiente mediterráneo algunos árboles encuentran su apogeo y fructificación recién acabado el verano, llegando a adentrarse en el otoño más precoz. Éste es el caso de higuera.
Algunos lectores podrán agregar otros recuerdos que sitúan a los higos en pleno verano o incluso al principio del mismo. Y en efecto, ambos tenemos razón, dado que algunas higueras, en concreto las denominadas bíferas o reflorecientes producen dos cosechas al año, primero las brevas en junio y, más tarde, los higos, encuadrados en septiembre. De ahí el dicho aplicable a eventos imposibles: “eso pasa de higos a brevas”, sucesión contraria al natural devenir.
La higuera es una de las primeras plantas cultivadas por el hombre, un prodigio de resistencia, vitalidad y adaptación. Un árbol con historia agrícola en toda regla. Los egipcios ya la cultivaban hace 4.500 años, como se observa en los jeroglíficos propios de esta civilización, sirviéndose de monos domesticados para facilitar la recolección. Y aún más atrás en el tiempo: los arqueólogos del yacimiento de Gigal, en el valle del Jordán, encontraron higos carbonizados, de unos 11.400 años de antigüedad. ¡Cultivos de higos anteriores al cereal!
Este fruto es más que un alimento, presume de una gran variedad de propiedades beneficiosas para la salud. Se ha usado para el dolor de muelas, la amigdalitis o como regulador del azúcar en sangre. La sabiduría popular supo como conservarlos y usarlos a lo largo de año, secándolos en los “terraos”, enjaretados en ristras o haciendo conservas. En la economía de subsistencia había que convertir en fruto seco lo que en principio era jugoso y perecedero.

Blastophaga psenes, protaginista de esta historia
Pero … vamos a profundizar en la perspectiva biológica, en las historias que más nos apasiona contar a los guías de ecoturismo. Y aquí tenemos una historia de las de verdad, todo un “best seller”.
Para empezar, los higos técnicamente no son frutos, son inflorescencias invertidas. Las flores de la higuera crecen dentro de una vaina en forma de pera que luego madura hasta convertirse en el higo, es decir, nunca ven la luz. Para continuar, la sexualidad de la higuera encierra una estrategia tan única como antigua.
Hace mas de 60 millones de años las higueras primitivas (Ficus carica) y la avispilla Blastophaga psenes coevolucionan. Hacen un pacto vital: cría de insectos gratis a cambio de polinización. Hay tantas variedades de avispas como tipos de higueras. Esta relación es contradictoriamente tan antigua como desconocida.
En la mayoría de los cultivos antiguos hay higuera tipo silvestre, cuyos frutos no se comen y se llaman “cabrahigos”. Pues bien éstas hacen de “donantes de polen”, hacen de macho. Luego están las higueras … higueras, las que nos interesan por su rico fruto. Estas son las receptoras de ese polen.
Empecemos la historia cuando una avispa hembra entra en una inflorescencia del cabrahigo. Allí pone sus huevos y se desarrolla completamente el ciclo hasta la siguiente generación de machos y hembras que cómodamente copulan. Al macho le toca lo peor a partir de ahora, intenta salir abriendo una canal en el higo, pero muere en el intento. La avispilla hembra tarda un poco más en salir, quizás porque está madurando los huevos. En ese mismo espacio de tiempo, está madurando el polen, de forma que al salir por el camino abierto por los machos, arrastra el polen en una estructura adaptada a este propósito de su cuerpo.

Ejemplar de cabrahigo. Estos árboles no comestibles tienen hasta tre generaciones de higos, las mamas, los prohigos y mamonas
Esto se puede repetir una y otra vez en el propio cabrahigo con un resultado que no nos interesa. Pero aquí llega lo interesante para los humanos. Las avispillas portadoras de polen se equivocan con cierta regularidad -programada genéticamente en la coevolución- y se dirigen a un incipiente fruto inmaduro de higuera comestible. Éste no dispone de la forma adecuada en su interior para albergar los huevos, pero las flores se aprovechan del polen aportado y son fecundadas, ¡eureka!. Fatal desenlace para la avispa que muere dentro y una enzima de la planta la disuelve momentos antes de comenzar a formar el higo. De la avispa nada queda, no hay ni huevos ni gusanos ya que la puesta no se produce. Éste trágico final queda perfectamente reflejado en el poema “el higo” de fujurylasestrellas.blogspot que os animamos a leer.
¿Todo higo lleva en su historia el trágico desenlace? No todos, ya que las variedades cultivadas recientemente han acabado por suprimir la polinización, seleccionando variedades que se autofecundan. Pero nada como los higos que han resultado de millones de años de coevolucion.

Joan Rallo en su plantación experimental en Campos
Los estudios de Joan Rallo, el mejor especialista a nivel mundial en higuera, que fue profesor de la Universidad de las Islas Baleares, han demostrado que los higos fruto de la polinización y la intervención del cabrahigo presentan un mayor tamaño, una coloración más intensa de la pulpa, una mayor calidad gustativa y son mejores para el secado.
Ésos son sin duda los frutos tan gordos y tan dulces del paisaje sonoro de mi infancia.
Autores: Mª Teresa Madrona y Jaime Álvarez